En otoño los cielos están un poco más nublados que el resto de la temporada. Llueve un día sí, un día no. Sin embargo, ninguno de estos pormenores le quita a El Bolsón ni una pizca de atractivo. La magia que lo ha transformado en leyenda de soñadores, aventureros y hippies sigue viva en todas las estaciones.
En general los precios bajan un poco y la feria ya no tiene los 300 artesanos que se pelean por el espacio entre diciembre y fines de febrero, sino que hay alrededor de 60 siendo la mayoría residente de la zona.
El Bolsón no es un lugar tan frío como puede suponerse. Aunque su geografía recuerda a las del más extremo sur continental, marzo es un buen momento para confirmarlo. Se necesita campera pero tampoco hay que olvidar la ropa liviana, ya que el sol nunca se va del todo.
La ciudad y sus circuitos turísticos funcionan de la misma forma que en temporada alta. Entre las opciones que se pueden realizar está pasar por las cabañas Millacó y la Fábrica de Dulces y Mermeladas, ubicada a tres cuadras de la municipalidad.
Otra alternativa interesante es recorrer la zona en una pequeña avioneta del Aeroclub local. No todos se atreven pero la experiencia es reconfortante.
Sitios como El Hoyo y Epuyén están muy cerca de El Bolsón y son dueños de geografías sorprendentes. En apenas una tarde se puede hacer un recorrido por ellos y además almorzar productos típicos acompañados de cerveza artesanal al calor de una chimenea.
El Piltriquitrón es el único problema. Si el clima acompaña es posible subir en automóvil hasta el mirador y tener una visión privilegiada del valle. En cambio, desde las calles del centro resulta difícil observar con nitidez su enorme presencia azul y verde, porque las nubes bajas son muy comunes en marzo. No así en verano, cuando su nitidez y cercanía con el pueblo genera un sentimiento que oscila entre la opresión y la entrega al poder de la naturaleza.
La niebla que se ubica en la parte superior del cerro hace más complicado también una visita al bosque tallado, a unos 100 metros aproximadamente del mirador. Esto es debido a que la falta de luz impide los extraños efectos de claros y sombras que atraviesan a las artesanías talladas, que se observan cuando los rayos del sol les dan de lleno. A pesar de ello, la experiencia es otra, distinta, pero no por eso menor.