La vieja ilusión del hombre de volar y conquistar los cielos permitió la existencia de deportes tan apasionantes como el parapente. El Bolsón, como muchos sitios de la cordillera patagónica, ofrece un excelente marco para arriesgarse a la aventura.
Así es que contratando un instructor de la ciudad, que los hay muchos y muy buenos, cualquiera que sólo cuente con coraje y buen estado físico puede emprender la incomparable sensación de volar.
La expedición comienza con el ascenso en vehículo al cerro Piltriquitrón hasta llegar a la plataforma que usan los parapentistas para lanzarse al espacio. Una vez allí, los pilotos empiezan a desplegar sus velas y armar todo su equipo esperando el viento que infle la vela y permita despegar.
Los vuelos de bautismo son biplaza, es decir que el instructor acompaña al novel aventurero. Y cuando los aprendices comienzan a volar solos lo hacen a una altura media de 20 ó 30 metros guiados de abajo por el instructor a través de un handy.
Imposible describir la paz absoluta que se siente allí arriba, donde el silencio, el placer y la ansiada libertad son una misma cosa.